Un momento excepcional, súbitamente mágico, y poder dar y recibir del resto de los mortales, siendo uno más entre millones, pero sin perder la conciencia de ser uno y uno solo, añorando algo más que unas pocas sensaciones espontáneas surgidas de paraísos artificiales que ofrecen belleza e idealización incluso ante aquello que es abominable.
Te me vas entre los dedos, siempre escurridizo, salvo en sueños, donde no existe el tiempo, las modas ni los miedos. Y a pesar de todo, tú ahí, casi siempre estático, permaneces entre sombras que realzan tu poder, observándolo todo desde el rincón que te acoge amablemente, prestándote su serenidad.
Siempre frío, con ojos de hielo, pero también cálido, abrasando aquello que tu mirada alcanza y dejándolo para siempre sometido a tu voluntad irreverente y caprichosa.
Eso eres tú, libre y cotidiano para estos ojos que te miran desde un entorno gris y hostil; cautivo de aquello que te ata prometiendo virtudes insolentes: duendecillo extraviado, imperturbable ante las conspiraciones del porvenir.