lunes, 25 de noviembre de 2013

La felicidad no te busca, la encuentras

En el mal llamado primer mundo, en este mundo occidental que en mi caso me ha tocado habitar, ¿dónde se ha quedado la felicidad? Estoy segura de que los índices de felicidad en muchas comunidades indígenas, en pueblos remotos, superan con creces los de cualquier ciudad/país occidental; creo que hay estudios que así lo evidencian. Lo llamaron progreso, civilización, pero cuantas cosas se perdieron por el camino. Por supuesto, a estas alturas creo que nada de eso ha sido accidental; a esos poderes que sólo les interesa aumentar su riqueza no les conviene en absoluto que los individuos seamos felices. imagináos qué catástrofe para ellos si a todos nos diera por ser felices, y se nos olvidase producir, o que dejásemos de depender de las necesidades, innecesarias en muchos casos, que nos crean, etc, etc. Y al fin y al cabo, ¿no debería tratarse de eso? ¿No es la felicidad como individuos y como parte de la colectividad el fin más alto que podemos perseguir?

Se trata de eso, al final: desde el momento del nacimiento, sabemos que nuestra existencia abarca un número finito de días. Entre esos, algunos de ellos nos levantamos descreídos y desmotivados, como poco, viendo el rumbo que estamos tomando, y ciertamente, parece que hay cosas que nunca cambian, pese a los intentos y esfuerzos… La cuestión es, que en cualquier caso, debemos sobreponernos, y mantenernos arriba, tirar para adelante, y saber, y sobre todo sentir, y creer, porque nos lo tenemos que creer de verdad, que en cada uno de nosotros está la capacidad para ser felices, con los que tenemos a nuestro lado, y que para conseguir esto no hace falta tener muchas cosas. Las pequeñas cosas que hay en lo cotidiano, ahí está la felicidad, no necesitas un coche muy grande, ni una casa enorme, ni un teléfono de última generación… eso no da la felicidad; no hagamos caso de engaños y zarandajas. Que no nos roben la sonrisa, esa es mi revolución, no dejar que nos amarguen porque así les servimos mejor. Hacer que lo pequeño sea grande.Y que cuando en un mal momento esto se nos olvide, porque hay días de bajón inevitables, el que esté cerca, sea amigo, pareja, compañero o familiar, que nos recuerde qué es lo importante de verdad, o en su defecto, que nos pegue una hostia, figuradamente, cargada de ánimo y valor, para no perder la onda y nunca olvidar, que la felicidad no te busca, la encuentras.