Solo una vez me hizo una promesa. En aquellos tiempos, yo apenas creía en nada, escarmentada de amores baratos y relaciones de saldo. Y me reí en su cara.
Jamás te decepcionaré —dijo rotundo —. No faltaré a ninguna cita, y te esperaré todos los atardeceres hasta que seas tú, amor, la que decida no acudir.
Y cumplió con creces.
Cada día me espera bajo una lápida gris a salvo de los rayos del sol y de la vida.