miércoles, 24 de junio de 2015

Y al final...

De repente se preguntaba si siempre había sido igual, ¿desde cuando experimentaba tan horribles sensaciones? Ahora ni tan siquiera sabía quien era él. Conservaba vagos recuerdos de algún lejano tiempo mejor aunque en ese instante, los sentía extrañamente ajenos.


Nada es perfecto: en la vida hay días buenos y otros que no lo son tanto, y aún siendo consciente de ello, en ese momento todo resultaba absurdo y carente de sentido. Cualquier explicación racional era inservible. No existía nada en este mundo capaz de darle consuelo. Bueno, casi nada.


Buscar y no encontrar.


Le dolía. Le dolía mucho. Continuamente buscaba un apoyo espiritual donde ahogar toda la fealdad que le rodeaba, pero nunca hallaba, y cuando por fin parecía encontrar lo que tanto ansiaba, se le escapaba, y sus manos quedaban vacías. Siempre era igual.


Al final, otra vez solo, en el mismo punto muerto, escupiendo penalidades. La tristeza una y otra vez le ganaba la batalla y se apoderaba de él: despedazaba su interior, lentamente, ahondando en su dolor, y después le dejaba ahí, abandonado y acorralado por esquinas de oscuridad y gritos silenciosos maestros todos ellos en el arte de enseñar a enloquecer.


Ya no aspiraba a ni un solo gramo de felicidad aunque todavía deseaba salir de ese pozo infinito en el que de nuevo había caído. Soledad. Soledad vacía, marchita, mustia, apática; soledad al fin y al cabo.
La soledad solía gustarle, no soportaba esas estúpidas reuniones de gente donde únicamente se hablaban memeces y sólo se decía lo que los otros esperaban escuchar. En la vida que le había tocado vivir, expresar abiertamente lo que se siente estaba mal considerado.


Aquel maldito día todo era distinto, sentía un vacío infinito y no, no deseaba estar solo.


Añoraba la compañía de alguien como él. Alguien con quien compartir los placeres y penalidades que la vida nos da, pero ese alguien parecía dispuesto a no querer llegar, y el tiempo se esfumaba demasiado rápido y los días tan solo daban paso a las noches.


Antes o ahora, todo cambia, menos él. Permaneció ahí, imperturbable. De nuevo el frío se apoderó de cada rincón de su ser, mientras una lágrima, sin premura, exploraba su rostro. Sólo fue una, la más pura y verdadera; la última. Pensó por un momento si en la eternidad, dondequiera que ésta se hallase, al fin encontraría lo que aquí siempre le había sido negado. Después apretó con fuerza el arma cargada de desesperación y apuntó a su corazón. Fue rápido, ya no sintió más dolor. La paz estaba rondándole.


Tirado en el suelo, seguía allí, solo.